ang leeA partir de su segundo Oscar al Mejor Director ganado ayer por la noche, reaparece este hermoso ensayo. Aquí va mi traducción (del chino) de las palabras de Ang Lee, escritas en 2006, luego de ganarlo por primera vez. La traducción original debemos agradecerla a Irene Shih (y a su blog), muchas gracias !

En 1978, cuando me inscribí la Universidad de Illinois para estudiar cine, mi padre se opuso en forma vehemente, citando una estadística: “Cada año 50000 actores compiten para ocupar los 200 roles disponibles en Broadway”. Desoyendo su consejo, abordé un vuelo hacia los EEUU, deteriorando gravemente nuestras relaciones. Durante las siguientes dos décadas intercambiamos no más de 200 frases.

Algunos años después, al graduarme en la escuela de cine, llegué a comprender la preocupación de mi padre: en esa época no había prácticamente antecedentes de un recién llegado de China que hubiera ingresado en la industria del cine norteamericana.  Comenzando en 1983, me arrastré durante seis agonizantes años de desesperada incertidumbre. La mayor parte de ese tiempo me dediqué a ayudar a grupos de cineastas con sus equipos o a trabajar como asistente de compaginación, entre otras diversas actividades. Mi experiencia más dolorosa consistió en tratar de vender un guión en más de 30 productoras, para encontrarme cada vez con un duro rechazo. 

Ese año cumplí 30 años. Un antiguo proverbio chino reza: “A los 30 uno se para firme”. Para ese entonces no podía ni siquiera mantenerme a mi mismo; ¿qué podía hacer? Seguir esperando o renunciar a mi sueño cinematográfico. Mi esposa me brindó un apoyo invalorable.

Ella había sido mi compañera de clases; se había graduado en biología, entrando a trabajar inmediatamente en un pequeño laboratorio de investigación farmacéutica, con un sueldo por demás modesto. En ese tiempo estábamos criando a nuestro primer hijo, Haan. Para calmar mis sentimientos de culpa, había tomado a mi cargo todas las tareas del hogar-cocinar, limpiar y cuidar a mi hijo- además de leer, rever películas y escribir guiones. Cada tarde, luego de preparar la cena, me sentaba en la escalera de la entrada con Haan, contándole historias mientras esperábamos el regreso de su madre-la heroica cazadora-que volvía a casa trayendo nuestro sustento (su escaso sueldo).

Esa vida me parecía poco digna para un hombre. En un momento, mis parientes políticos entregaron a su hija (mi esposa) una suma de dinero, con el objeto de constituir un capital inicial para permitirme abrir un restaurante chino-con la esperanza de que ese negocio me permitiera sostener a mi familia; pero mi esposa rechazó el dinero. Enfrentado a ese dilema, pasé muchas noches en vela y finalmente, tomé la decisión: mi sueño no iba a concretarse y debía enfrentar la realidad.

Con gran pesar, me anoté en un curso de computación en un colegio cercano. En un momento donde la necesidad de empleo superaba cualquier otra consideración, parecía que solamente una formación en computación podía volverme empleable en forma rápida. Durante los días subsiguientes el malestar fue en aumento; mi esposa, notando mi inusual conducta, descubrió los apuntes de clase en mi bolso. Esa noche no hizo ningún comentario.   

La mañana siguiente, justo antes de subir al auto para irse a trabajar, se dio vuelta y- parada en la escalera de entrada-me dijo “Ang, no olvides tu sueño”.

Entonces mi sueño, casi ahogado por las demandas de la realidad, revivió. Cuando ella se fue, tomé los apuntes de mi bolsa y lentamente, los rompí en pedazos, para luego tirarlos a la basura.

Algún tiempo después conseguí financiamiento para mi guión y comencé a filmar mis propias películas. Inmediatamente algunas de ellas ganaron premios internacionales. Recordando esos tiempos iníciales, mi esposa me confesó: “Siempre pensé que lo único que necesitabas era un solo don; y tu don es hacer películas. Hay tanta gente estudiando computación, no necesitan un Ang Lee para hacerlo. Si lo que querés es esa estatua dorada, tenés que comprometerte con tu sueño”.    

Y hoy, finalmente, obtuve la estatua dorada. Creo que mi perseverancia y el inconmensurable sacrificio de mi mujer han finalmente logrado su recompensa. Y hoy estoy más seguro que en ese momento: debo seguir haciendo películas.

Como pueden ver, siempre he tenido este sueño sin fin…

 

Traducción: Carlos Wajsman