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El DF nos cuenta su experiencia en la filmación de la primera película de Pablo Trapero.

Cuando empezamos “Mundo Grúa”, sabíamos que nos encontrábamos con una película de pocos recursos económicos. Desde el principio, mi idea fue tratar de tener garantizada la calidad de la imagen, por medio del Súper 16 y de un par de lentes duros y luminosos, cosa que desde ya era imposible de contemplar.

 

Me encontré, sin embargo, con mi vieja cámara NPR 16 mm y un rejunte de lentes de todo tipo y color, el negativo a utilizar era blanco y negro (Kodak 7222) y con la gran responsabilidad de revelarlo, dado que sólo el laboratorio de la FUC podía solucionar, en una forma más o menos continua y con un costo bajo, el revelado de un largo de estas características.
Con esto y unas cuantas luces nos lanzamos a este proyecto.
Mi área no era la única carenciada, todos sufríamos estos límites que fueron convirtiéndose en grandes ventajas .
Poco a poco la película me fue sacando esas ideas clásicas que nos inculcaron la mayoría de los docentes de fotografía con respecto al control técnico que un DF debería tener en la imagen: esto sólo provoca miedos y dudas en el momento en que un DF novato toma una decisión estética jugada. Ojo, no pongo en duda la necesidad de una buena base teórica-práctica, pero considero este oficio como artístico ante todas las cosas, y como tal debe fomentarse la libertad expresiva como punto de partida en la enseñanza.
Muchos de los actores no eran tales, caso concreto, el protagonista (RULO), más bien era personaje en la vida real, de ahí que su campo de acción no se podía limitar a un lugar estrecho tanto en el tiempo como en el espacio. Los planos deberían ser acordes a esta situación, de ahí los planos secuencia fueron la herramienta apropiada para solucionar este problema, pero complicaba cada vez más el panorama.

Tener que iluminar planos secuencia con 3 minis y un fresnel parece tarea fácil y rápida, pero no lo es, si a esto le sumamos locaciones diminutas, más de 15 personas interactuando en escena, sonido directo, etc…
Mi meta era tratar de utilizar estos límites, no a favor de mi fotografía sino a favor de nuestra película, de todo esto surgieron escenas cálidas, realistas, libres y sin mayores pretenciones. Los actores iban y venían en la escena improvisando diálogos y movimientos.
Por momentos era tal el grado de realismo que se trasmitía, que muchas veces me dejaba llevar por la toma y me olvidaba que la estaba filmando, quedando pegado en el ocular sin saber que contestarle al director cuando me preguntaba que tal había salido, otras veces se tenía que cortar por la risa que ésta generaba.

Escenas crudas entre la ficción y el documental son aquellas logradas en las noches de San Justo, en las afueras de Comodoro Rivadavia, etc., sin exponer, (sin medir), y sin ninguna luz generada por nosotros, sólo con las ganas de jugarnos y ver luego que pasa. Como los interiores del auto de RULO, era eso, nada más que eso podía ser, tratar de iluminarlo sería obvio.
Fueron  los límites, los extremos, lo que llevaron a buscar la manera a fotografiar y llegué a la conclusión que era simple, no más de lo que da una casa de un desocupado de 50 años.
Tenía que ser así, sin contraluces preciosistas, RULO sólo con sus problemas.
Simple, realista, es “
Mundo Grúa” bajo cualquier punto de vista que se quiera ver.
Con errores y aciertos, aprendí mucho del oficio, aprendí que un director de fotografía debe contemplar muchas cosas, debe ser sensible hasta en lo más insignificante, debe saber en que momento dejar los tecnicismos y cuando hacer uso de ellos, debe sentir que es parte viva del proyecto.
Cambiar el punto de vista, buscar y generar en el acto fotográfico otros niveles de lecturas.
Todas estas cosas fueron cambiando mi forma de ver al cine, mi rol como director de fotografía, como un integrante de un grupo con un objetivo en común.
“Mundo Grúa” se hizo por sí sola, nuestro único mérito fue dejarnos llevar por ella
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